El cementerio de Calamocha guarda curiosas historias

La Junta de Cofradías de Calamocha (provincia de Teruel) organizó durante la pasada Semana Santa, días 19 y 20 de abril unas singulares visitas guiadas al cementerio de Calamocha. El guía e investigador de historia local, además de miembro de Hermano Teniente de la Cofradía del Santísimo Ecce Homo, Jesús Blasco, dio a conocer ricas historias desconocidas por los propios calamochinos. El actual camposanto data de 1860 y entre sus enterrados está Wenceslao Daudén, que con la instalación en 1910 de una fábrica de mantas transformó Calamocha de una sociedad agrícola a otra industrial. En su fábrica trabajaron 200 operarios.

Jesús Blasco, que ya enseñó en los pasados años el cerrado convento de la monjas de clausura de las Concepcionistas y la Iglesia Parroquial, recordó que el actual cementerio de Calamocha viene al decretar la salida de los camposantos a las afuera de las poblaciones en lugares altos y ventilados por orden de Carlos III. «Carlos IV sigue en el empeño de su padre y llegará Fernando VII y hasta Isabel II con las guerras de la Independencia y Carlistas de por medio, llegando hasta 1850 donde aún quedaban casi 3.000 municipios españoles sin nuevos cementerios.

En nuestro caso, un 30 de diciembre de 1860 el alcalde Óscar Catalán al frente de la Corporación y acompañado de las llamadas fuerzas vivas se dirigirán al lugar distante unos 800 pasos de la población al lado del camino vecinal de Navarrete en la partida de la Cañadilla, que cultivaban los vecinos Pedro Manuel Mainar y Serafín Colas, donde el párroco don José revestido de capa pluvial bendecirá el campo y la primera piedra».

Blasco explicó que la obra se terminará totalmente 4 años más tarde, en 1864, usándose antes de terminarse y costó 4.000 reales de vellón. El complejo funerario ocupa una extensión aproximada de una hectárea y alberga cinco cementerios. «El del siglo XIX, el del siglo XX, que se inicia con la Dictadura de Primo de Ribera y la Segunda República, el del siglo XX iniciado en el mandato de la alcaldesa Mari Carmen Colás, el cementerio civil y el cementerio musulmán, que queda a extramuros y donde están enterrados cinco musulmanes pertenecientes a las tropas indígenas que participaron en la Guerra Civil».

En el interior del cementerio, Jesús Blasco destacó una cruz de fundición que tiene una placa con «Descansad en paz» dirigido a los muertos. Justo al lado de la cruz está el panteón de la familia Daudén. «En su interior junto a su esposa e hijos reposan los restos de Wenceslao Daudén, que en 1910 y procedente de Fortanete se instaló en Calamocha levantando la prestigiosa fábrica de mantas de su nombre cambiando el rol calamochino tradicionalmente dedicado a la agricultura por el industrial donde impera la producción sometida a un horario y la tarea bien hecha», explicó Blasco.

También muy cerca está el mausoleo Lucia-Beltrán. «En su interior descansa Adolfo Beltrán Ibáñez, vinatero exportador, fundado de la Sociedad Vinícola Española y del Ateneo Valenciano. Diputado en Cortes y portavoz de la oposición republicana en el Ayuntamiento de la capital valenciana a pesar de haber obtenido más votos que el Partido Liberal. En Valencia amasó una auténtica fortuna, lo que le permitió hacer realidad su sueño comprando la finca del Castillejo donde levantaría una suntuosa casa bautizándola con el nombre de su esposa, Villa Pilar, y a donde vendría con gran frecuencia. Gran amigo de Blasco Ibáñez y de quien se dice que se refugiaba en el Castillejo a resguardo de sus adversarios».

En el mismo mausoleo está Genaro Lucia. «Genaro fue alcalde de nuestra localidad y fue quien prohibió la costumbre de los quintos de planta el llamado Mayo de San Juan ante la falta de responsabilidad de retirarlo». En la historia del cementerio de Calamocha también están las exhumaciones. En 1965 se exhumaron un centenar de cuerpos dispuestos en cajas individuales y que fueron trasladados al cementerio del Valle de los Caídos.

«A los pies del crucero hay tres tumbas de párrocos de la iglesia de Calamocha, destacando la de don Mariano Moragriega, que falleció el 4 de agosto de 1936 a las 3 de la tarde a causa de un susto por la impresión que hizo al avisarle que venían los rojos a Calamocha».

Otro panteón que tiene el cementerio de Calamocha es el conocido como «del galletero», «porque efectivamente tenían una fábrica de galletas junto al Puente Romano con 8 puestos de trabajo; todo un alarde y ejemplo para los nuevos emprendedores de hoy en día, si tenemos en cuenta la dificultad en plena posguerra y la carencia de dinero para lo más elemental».

Siguiendo el recorrido por el camposanto calamochino, Blasco se detuvo en la sala de autopsias en desuso desde hace 20 años, también utilizada como depósito de cadáveres y capilla. «La noche del 6 de octubre de 1965 un fuerte vendaval dejó sin tejas la cubierta de esta capilla al igual que en varios nichos y la caída de la pared norte de la plaza de toros.?Se solicitaron al Gobernador 150.000 pesetas con cargo al paro obrero para arreglar los desperfectos».

Jesús Blasco explicó que las casas linajudas de Calamocha fueron los primeros en abandonar el enterramiento tradicional por el novedoso enterramiento en nicho.»Así, toda la pared norte del cementerio del siglo XIX, fue copada por los pudientes del lugar y ahí tenemos a los Vicente Espejo, Rivera, Tejada, Oset, Angulo, Valero de Bernabé, etc.»

La sepultura más antigua rotulada del cementerio de Calamocha corresponde a Josefa Martínez, fallecida el 30 de enero de 1863. «Muy cerca de ella está la del maestro que puso música en la vida de los calamochinos, don Manuel Marina Martínez, nacido en Bubierca y que fue distinguido con la Real Orden de Isabel la Católica. El, junto con don Ricardo Mallén y doña Salvadora Barquero, que compartieron la Cruz de Alfonso X el Sabio, que colocan a los maestros dentro del sector más condecorado. A destacar también por su singularidad en un pueblo sin litoral, el nicho de un vicealmirante de la Armada en la persona de Tomás Rivera Cebrián».

Un hecho que también contó el historiador local Jesús Blasco fue el lugar donde están enterrados las víctimas del cólera. «Hablando con el que fue enterrador, Manuel Catalán, El Chato, me trajo aquí donde ahora estamos. Me señaló este lugar y me dijo aquí he cavado y sale la tierra como gris y muchos esqueletos de todos los tamaños y mal ordenados. Manolo estaba señalando el lugar que comparten esos desdichados y a quien ni siquiera recordamos con una humilde placa.

En nuestro pueblo la epidemia no fue tan feroz como pudiera parecer. 72 personas sucumbieron por el cólera. En Calamocha vivían en ese momento 1750 almas». Calamocha revive cada 16 de agosto su tradición más importantes el Dance en honor a San Roque. Un baile que rememora la protección del santo frente a la epidemia de cólera que asoló a los pueblos de la zona en 1885 y que afectó en menor medida a los vecinos de Calamocha.

Los fuegos fatuos, un suceso que fue verídico

Una historia que contó Jesús Blasco en la visita guiada al cementerio de Calamocha fue lo que sucedió con los fuegos fatuos. «En octubre de 1945, Ramón Montal, pintor de brocha gorda, vino de Valencia a pintar la fábrica de mantas de Daudén acompañado de su hijo Ramón, que no había cumplido 15 años. La familia Lucia Beltrán les pidió que por favor les pintaran el panteón, puesto que estaba próxima la fiesta de Todos los Santos.

No supieron negarse aunque iban pillados por la faena. Subieron a pintar al atardecer después de hacer merienda cena. En un momento determinado mandó al hijo al pozo, construido en septiembre de 1945 por Luciano Sánchez, vecino de Bañón, para que trajera agua que disolviera la cola y la pintura. Salió de la capilla el niño Ramón y a los pocos pasos quedó inmóvil y aterrorizado.

Estaba viendo lo inimaginable en la oscuridad de la noche. Ante la tardanza salió el padre a buscarlo abrazándolo y explicándole que lo que estaba viendo eran los llamados fuegos fatuos. Un fenómeno producido por una niebla baja que provoca destellos al contacto con el fósforo de las partículas de hueso»

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