Los artistas forenses disponen de múltiples datos facilitados por los especialistas en antropología forense, la policía o, si se trata de una persona de otra época, de testimonios escritos o expertos en ese período histórico. Con esas pistas, la orensana Marga Sanín ha reconstruido ya para el Instituto de Medicina Legal de Galicia tres rostros.
Mientras estudiaba Bellas Artes en Salamanca a Marga Sanín no se le ocurrió «ni remotamente» que su talento con los lápices y los pinceles pudiera servir algún día para contribuir a solventar algunos misterios de la medicina forense. De hecho, confiesa, ni siquiera sabía que existía una figura como la del artista forense, aunque ahora series como «Bones» -que, por cierto, nunca ha visto- la hayan puesto de moda.
No obstante, esta profesora que da clases de Dibujo en Secundaria en Santiago no lo dudó cuando hace alrededor de un año Fernando Serrulla, director de la Unidad de Antropología del Instituto de Medicina Legal de Galicia (Imelga), situada en su localidad natal, Verín, le pidió que colaborase con el centro.
«Me parecía algo sorprendente y muy diferente a todo lo que había hecho hasta entonces», explica esta orensana, quien reconoce que resulta «interesante» indagar en este cruce entre «arte y ciencia», dar forma a datos científicos. «Además piensas que puedes ayudar a saber quién era esa persona y que puedes contribuir a esclarecer algo que está oculto; es también como un reto», alega.
Sin embargo, «en el primer momento» la experiencia le «resultó desagradable». «Pero solo fue la primera toma de contacto. A estas alturas no me resulta tan impactante porque puedo verlo todo con más objetividad», admite. Incluso se plantea una relación con esta profesión «a largo plazo», pese a que hasta ahora lo llevaba discretamente, confiesa, porque la muerte «es un tema delicado» en torno al que puede «haber ciertos perjuicios».
Retratar a desconocidos basándose en los datos facilitados por la policía y los forenses, siempre en colaboración constante con el antropólogo forense especialista, Fernando Serrulla, no es como representar en el lienzo a una persona viva, pero sus conocimientos de anatomía ayudaron y, sobre todo, su experiencia previa como retratista, que «fue como un entrenamiento». «Uno no se forma para esto. Se logra a base de estar en contacto con estos temas», indica.
Aunque Marga Sanín es la que empuña el lápiz en el dibujo final -las figuras en tres dimensiones son más lentas y solo se recurre a ellas si es «necesario»-, el resultado es un trabajo en equipo: «Fernando Serrulla me facilita datos científicos concretos, yo hago una primera aproximación y después lo vamos corrigiendo entre los dos hasta llegar a un resultado definitivo», explica. De hecho, Serrulla, con otro ayudante, reprodujo en 2008 los rostros de los restos humanos más antiguos hallados en La Coruña para una exposición sobre el octavo centenario de la ciudad.
Con todo, no se presentan muchas ocasiones para que Marga Sanín ponga en práctica sus dotes. Hasta ahora, ha colaborado en tres casos con el Imelga y uno de ellos no aspiraba a descubrir el nombre de una víctima desconocida, sino ponerle rostro al orensano Manuel Blanco Romasanta, un asesino múltiple del siglo XIX que entró en el terreno de la leyenda como lobishome.
Con el cadáver con el que se estrenó, un encargo de la policía, el trabajo «no sirvió» porque el cuerpo estaba «demasiado deteriorado» y se sabía «muy poco de él». «Conoces la estructura del cráneo y las medidas coinciden, pero el acabado final no se correspondía exactamente con quien se demostró que era», admite. Pero así es la aproximación facial -como se denomina esta técnica-: «No sabes hasta qué punto te estás acercando a la realidad». Al respecto, enuncia una especie de ley en su profesión: «Cuanto más precisa sea la información de la que dispones, mejor. Cuantos menos datos tengas, menor es la precisión».
Antes de su último caso, poner rostro a una mujer fallecida hace 12 años aparecida en Santander, Sanín y Serrulla se embarcaron en un «complicado» proyecto que duró meses y que buscaba profundizar en Manuel Blanco Romasanta, el lobishome. «Me parecía muy curioso, muy atractivo, intentar darle un rostro a un personaje tan llamativo de nuestra historia», concede.
Al final del proceso, partiendo de los datos reseñados en la causa judicial, obtuvieron un busto y un dibujo del asesino orensano, aparte de la tesis, defendida por Ferando Serrulla, de que Manuel era, en realidad, Manuela. «Teníamos mucha información, pero no podíamos saber cuál era su expresión final», afirma Sanín. En ese último toque es «donde entra», concluye, «el artista».