Antes de mi marcha del pueblo por motivos de trabajo, acudía con mucha frecuencia al cementerio de Benaoján, (provincia de Málaga) para visitar las tumbas de mis familiares. Como solía hacerlo por las mañanas, bien temprano, en la vereda que hasta él conduce y durante los primeros pasos que daba por el recinto, venían a mi mente los versos del poeta Gustavo Adolfo Bécquer, desolado por la quietud del camposanto: “Despertaba el día / y a su albor primero / con sus mil ruidos /despertaba el pueblo/. Ante aquel contraste/ de vida y misterios,/ de luz y tinieblas,/ medité un momento:/ ¡Dios mío, qué solos / se quedan los muertos!”.
Pero ahora, en estos días del estío, no están solos. Resulta que el Ayuntamiento decidió hacer obras en él y predomina el estruendo de las máquinas y de las peroratas de los operarios. Seguramente las reformas eran precisas, si no no se explica la intervención de las autoridades municipales. Pero lo que cuestionan los vecinos y lo hacen con públicas protestas es que los restos óseos que la tierra removida se apilen de cualquier forma en bolsas de basuras que con el trasiego han mostrado su interior a la vista de los visitantes de manera irreverente no exenta de detalles macabros, cuya descripción ahorro a los lectores.
No ha sido así por parte de un equipo de Canal Sur que ha tenido a bien retransmitir la realización de estas obras y las consecuencias derivadas de ella que han suscitado el asombro y la consternación de la vecindad.
Las cámaras de televisión acuden en contadas ocasiones a Benaoján a pesar de los atractivos que ofrecen paisajes, monumentos y gastronomía, bien particulares por cierto, y no acaba de entenderse ahora la difusión mediática de algunos aspectos intrínsecos del pueblo como las obras en un lugar sagrado como es el cementerio, cuanto más si se muestran imágenes de los restos de ascendientes, aunque sean desconocidos, los cuales exigen el mayor de los respetos en su soledad.